Por estas fechas, hace unos años, a la oficina llegó la idea de hacerle cartita al “Santa secreto” para el intercambio navideño. El argumento fue que de esta manera todos recibiríamos un regalo, lo que realmente se quería o necesitaba.
Para mi es más difícil definir qué quiero que me regalen, que pensar qué puedo regalar. El regalo es sorpresa. Prefiero sorprender y que me sorprendan. Ver la expresión emocionada de quien recibe un regalo especial de tu parte. Y descubrir que es verdad cuando se dice: “este regalo es para ti” y recibir algo que jamás hubiera imaginado o eso que sí tuviera muchas ganas tener.
Mi mamá tenía la costumbre de regalar “una mentirita”, un pequeño y económico detalle con mucho valor. Por eso amo cuando alguien se preocupa por buscar ese detalle a la medida, que al verlo, tiene clarísimo para quien es. A quién hará feliz con el. Ese obsequio que demuestra el afecto y conocimiento que se tiene de la otra persona, ese regalo mezcla perfecta de lo material e inmaterial, eso que físicamente puede tocarse y a la vez toca el alma y acaricia el corazón.
Que se puede acomodar en un cajón o una repisa y guardarse en la memoria por siempre. Porque más allá de cualquier costo se regala lo más valioso que se tiene: TIEMPO y AMOR. Las “mentiritas” de mi mamá, eran el regalo perfecto. Siempre cargadas de esa gran verdad de que es mejor dar que recibir. ¡Felices Fiestas!
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