De vez en cuando pareciera que mientras dormimos, la risa se va de vacaciones y en su lugar nos deja una “luna” que al despertar, hasta el gato del vecino nos da la vuelta. Sabrá Dios a dónde se fue a meter nuestro buen humor, pero lo que cualquier otro día nos sacaría una carcajada, esta vez nos parece de lo más tonto.
Cuando estamos malhumorados todo nos molesta. Aventamos llaves, suéter, libros, en fin, todo lo que traemos encima y después enloquecemos más porque no encontrar las malditas cosas. No se antoja leer, ver series y mucho menos salir a caminar, porque no faltará quien se atreva a dirigirnos la palabra y uno que se pone de lo más sarcásticamente creativo intentando que se arrepienta de su intento incitándolo a discutir, cosa que no lograremos a menos que nuestro interlocutor esté en el mismo “mood” que el “tipo del espejo”.
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“No tengo humor”, decimos cuando nos negamos a algo, cuando de hecho, SÍ tenemos humor, pero del MALO, o sea que estamos de malhumor para ciertas cosas y no consideramos las alternativas para las cuales podríamos estar de otro humor.
Existe el buen humor, el mal humor, humor blanco, humor negro o el humor complicado y el humor simple.
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El humor no sólo se mide por la extensión de una sonrisa, la intensidad de una carcajada, o lo intimidante de un grito o una mirada. El humor está en cada gesto, en cualquier idea propia o ajena.
El buen humor es como el dinero, si lo tienes “"te diviertes como enano”, cuando no, a dormir temprano.
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Y aunque usted no lo crea, existen personas que toman al humor muy en serio, escritores, comediantes, caricaturistas, etc., todos ellos humoristas a quienes les preocupan las mismas cosas que a usted o a mi y en su audaz manera nos presentan situaciones cotidianas del mundo que vivimos, el que soñamos y el que nunca se nos hubiera ocurrido pensar. El humorista es quien, con un gracioso comentario o un ingenioso cartón, hace que la risa vacacionista empaque y vuelva a casa.